A raíz de un trabajo práctico del Profesorado, Bere, una estudiante a punto de recibirse, se puso en contacto conmigo para conversar sobre nuestras prácticas y la escritura. Fue un encuentro precioso y este fue el resultado...
“Si tuviera que definir, en unas pocas palabras, el papel del maestro en educación, utilizaría las siguientes: movimiento, lucha, cambio, transformación, creación, transmisión.”
Luis Iglesias, “Confieso que he enseñado”, cap. 4 Luis: Luis, maestro, referente…me encuentro esta noche releyendo tus confesiones porque me pidieron que escribiera “algo” sobre lo que me inspirás. Y yo decido escribirte una carta. En estas últimas palabras que nos regalaste me contás, como a una amiga, que has enseñado. Y yo te contradigo: no has enseñado, seguís haciéndolo. ¿Cómo se puede entender, sino, que vuelva a tus libros una y otra vez para buscar un rayito luz en esto tan difícil de ser maestra? Vos, tus alumnos y alumnas, me dan muchas más pistas que cualquier profesorado. “La escuela es de los chicos y de las chicas” se me revela como verdad absoluta e indiscutible, así como completamente olvidada. La escuela es de ellos y ellas y sin embargo el sistema está armado para que les resulte ajena, ultrajante, enajenadora. Vos lo sabés pero repetís, con confianza (¡con confianza!) que el desafío es justamente convertirla en un lugar donde nadie se sienta sofocado por la coerción y el desaliento. Y enseguida nos envuelve el viento de estrellas soplado por tus alumnos y alumnas. Crear una escuela desenajenante, liberadora es posible. Y creo que eso es lo mejor que podías enseñarnos a los y las que la peleamos todos los días, tiza en una mano, corazón en la otra. Es posible y difícil. Posible y trabajoso. Maestro, vos nos marcaste un camino arduo. En donde no se puede hacer sin compromiso, en el que tuviste en cuenta hasta el más mínimo detalle. En el que nada se escapaba a tu ojo atento y por eso todo podía cambiar de un segundo a otro si era necesario. ¿Qué me seguís enseñando? Que no es lo mismo cualquier aula. Que la escuela tiene que saber recibir y acompañar. Que tiene que dar ganas de aprender y ser generadora de aprendizajes. Que debe recibir a los chicos y chicas con calidez, protegiéndolos del mundo justamente para que puedan zambullirse en él. Me enseñás que nada puede quedar librado al azar: que la disposición de los bancos, los afiches que pego en la pared, la manera de escribirlos, el lugar de la biblioteca y su contenido, la manera en que circulo y hablo en el aula… Todo cuenta, todo puede ayudar o ir en contra de un proyecto de enseñanza. También que a lo primero que hay que prestarle atención es a la palabra de los chicos y chicas. Que ellos y ellas tienen mucho para decir y que, con espacio, no dudan en hacerlo. Que viven su vida poéticamente. Que si le damos lugar a su voz, nos calienta el alma. Y entonces vuelvo a nuestro aula (mía y de mis alumnos y alumnas) y me acuerdo que Martina preguntaba “¿cuántos colores existen en el mundo?”; y Vito le respondía, con los ojos enormes “¡Son, son como setecientos! Porque mirá, hay dos que crecen todo el tiempo en la naturaleza: el marrón y el verde. Así que imaginate todos los que son.” Para que Felipe rematara “Y además los que no conocemos porque están en otros países, como la Torre Eiffel, que está en París.” Me explicás que la escuela es posibilidad, que el o la docente tienen que estar abiertos a innovar y dejarse llevar por las vicisitudes del hacer cotidiano. Y yo me acuerdo de Nico que, con su naturalidad de siempre, interrumpía una poesía que no movilizaba como otras y me espetaba “¿sabés qué podríamos hacer, seño? ¡Armar juegos!” Y desde ese día los reclamos constantes de todos y todas, hasta que pensamos el pequeño taller. También me acuerdo de la frustrada clase de metáfora (tan bien armada y curricularmente correcta) en la que al leer “alzó vuelo y partió del barrio” y preguntar si una persona realmente puede alzar vuelo, la respuesta inmediata fue “sí, claro, se fue a buscar sus sueños”. Y entonces, ¿qué derecho tengo yo a explicarles metáfora a estos chicos y chicas que entienden algo tan profundo sin necesidad de desglosarlo? Porque al final, maestro, lo que vos me transmitís es que no se puede enseñar sin aprender. Y que hay que saber entender que muchas veces el otro u otra, con sus 6, 7, 12 años, sabe mucho más que nosotros. Que hay que estar atentos para aprender y poder enseñarles. Cierro esta carta diciéndote gracias. Gracias por tus aprendizajes, que compartiste. Gracias por la sabiduría de tus alumnos y alumnas a la que supiste darle espacio. Gracias por enseñarme. Fernanda. 2 de marzo de 2015. Comienza un nuevo ciclo lectivo en las escuelas de C.A.B.A., Argentina.
Y yo acá, como cada año, segura de que no sé nada de docencia. Bueno, nada nada, no. Algo debo saber. Pero, desde la humildad, sin ánimos de destrozarme, descubro que cuanto más estudio, más consciente soy de lo que me falta. Volvemos a clase y yo más que certezas, tengo preguntas. Miles... Primer pregunta de la mayoría de las clases de casi todos los institutos de formación docente. Tantas veces contestada con una ingenuidad imperdonable..."Enseño porque me gustan los chicos" "Enseño porque de chica me gustaba jugar a la maestra" o "Enseño porque no tenía idea de qué otra cosa hacer"...
Tomémonos un rato para pensar de verdad sobre esta pregunta. |
AutoresLa mano escritora, por ahora, es María Fernanda Pellegrino. Publicaciones
Julio 2015
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